sábado, 17 de abril de 2010

El verbo en carne viva



Tiene treinata años
y ahora todo le va bien,
tuvo mucha prisa y se salió más de una vez
fueron los excesos y las ganas de correr.

Ana tuvo eso que le hizo tenerse en pie,
tuvo mil historias
tuvo algo en que creer
y ahora coge sus tacones y la noche empieza a arder.

Tú cuidado con lo que dices
que está hecha de cicatrices
es el verbo en carne viva
es la mujer elegida no la busques déjala,
para ya, para ya
vive tu vida también
cuídate, tú cuídate
Ana siempre estará bien.

Ya no va con quince
ya sólo conoce a tres
ya no ve mañanas porque se duerme a las seis
nadie la maltrata nadie juega con su piel

Tú cuidado con lo que dices,
está hecha de cicatrices, es el verbo en carne viva,
es la mujer elegida.
No la busques, déjala,
para ya, para ya
vive tu vida tambien,
cuídate, tú cuídate,
Ana siempre estará bien.
_Letra de Supersubmarina_

domingo, 11 de abril de 2010

La cata (parte I)

Algunos tienen ese inconfundible bouquet de los que crecen al pie de la codillera. Como el Malbec, Carmenère, Torrontés… Sabores con su propia idiosincrasia que merece la pena descubrir, probar. Otros alcanzan su plenitud con el tiempo, cuando eligen su destino. Otros apuntan maneras en algunas notas aún por desarrollar que con mimo darán grandes caldos capaces de sorprender al paladar más exigente. Otros, por extraños o exóticos, conquistan la memoria de aquéllos que no admitirán haberse rendido a uvas como la Bobal o la Petit Verdot. Dicen que el sexo es como el buen vino, que mejora con los años. Dicen… eso dicen.

Con unas cuantas copas de vinos más que correctos, algunos tragos de tintas sobresalientes y muy pocos caldos de malas cosechas —una afortunada, sin duda—, aún sabía que tenía la posibilidad de degustar un mundo de sensaciones. Le quedaban años, le sobraba inquietud y, aún más, ganas por experimentar. Una coleccionista de sensaciones en toda regla con olfato, con alma de aventurera, con la piel sensible al tacto, la pasión en compraventa y la ilusión en un eterno y continuo libre albedrío. Amante más de los “vinos” excéntricos por excitantes pero también catadora de tempranillo porque la cotidianeidad se había convertido para ella en algo tan extraño como la propia rareza. Por eso, cuando le llegó aquella invitación la propuesta le pareció tan excitante como natural.

El sobre llegó a su buzón. Un sobre de papel, con lacre y sello, con caligrafía manuscrita, con borrón de tinta, sin remite... Un alarde, en pleno siglo XXI, del más puro romanticismo épico. Desplegó el folio que había en su interior con cuidado pero sin sutilezas, como quien abre una carta rutinaria porque no conoce el importe de la factura pero sabe que hay que enfrentarse a ella cuanto antes. Empezó a leer. No pudo evitar sonreír. Sonreía de medio lado y el carmín rojo de sus labios dibujaba en su cara un gráfico tick —respuesta acertada a pregunta rebuscada— entre pícaro y curioso. Su boca, un trago pequeño que saborear con los ojos cerrados. Concluyó de leer. Lo había decidido. Sin prejuicios, con la necesidad de vivir la gran aventura de su vida, con la pasión con la que se degustan los vinos. Como la kamikace emocional que era iría de “cata gourmet” a Francia.

A 100 kilómetros al noroeste de París se alzaba imponente aquella abadía Benedictina reconocible por sus arcos del siglo XIII y algunos pilares del XII. Con la ventanilla de su coche bajada del todo, escuchando Fill me with your light, llegó a la puerta. Empezaba a estar nerviosa [sonido del zigzaguero de sus medias]. Fueron a recibirla, cogieron su equipaje de su mano taquicárdica y la llevaron a un ala del claustro de la abadía huemeante de sombras. Cerca, muy cerca, se abría un pequeño jardín con un misterioso laberinto donde aseguraba la gente del pueblo que, antiguamente, jugaban los hijos de algún Luis o algún Alfonso con apellido en número romano. Algunos invitados ya se encontraban allí. No había ninguna conversación tintineante en el ambiente, sólo miradas que evitaban ser reveladoras ni impertinentes pero eran reveladoras e impertinentes. No pudo evitar pensar en si llevaba la ropa interior apropiada, en si se había perfumado, en si era la única mujer invitada, en si, llegado el momento, sería capaz... Mientras cosechaba mil pensamientos y su piel se humedecía por la ansiedad se acercaron a ofrecerle un vino. Uno con aromas especiados y suaves notas de tabaco y chocolate. Un vino elegante y prolongado, con estructura balanceante y taninos maduros. “Ideal para acompañar con la carne”, pensó. Y un nuevo tick se dibujó no sólo en su cara.

jueves, 8 de abril de 2010