miércoles, 30 de junio de 2010

Un vaso de té verde, de Carlos Cano


© Carlos Pérez Siquier, Cabo de Gata, 1991 ( Almería - España )


Estaban mis ojos por la arena, mirando la luz violeta y pensando quién pudiera… esconderla en otro tiempo. Por si acaso un día los poetas la encontraran y volvieran a sembrarla en la noche enamorada… de la libertad del sur.
Paloma blanca, que vuelas por Tinduf con una rama de olivo. Búscame el alma, en Smara, a la puerta del olvido… Paloma blanca, paloma blanca.
Paloma negra, negra como la noche en el desierto. En una estrella, dejé mi corazón lleno de fuego… Paloma negra, paloma negra.
Un vaso de té verde, me dio para beber un día la muerte. En mi boca era dulce y sin embargo, amarga era mi suerte. Un vaso de té verde, un vaso de té verde… amargo, amargo… amargo y verde.
Vuelan las nubes, que me traen del Sáhara el desierto, vuelan las nubes, como vuela el deseo de mi cuerpo… Habibi, habibi, habibi, habibi.
Tus ojos negros, como posos de agua me miraban, tus ojos… tus ojos negros, el corazón de arena me llenaban. Tus ojos habibi, habibi tus ojos.
Dos cercos tiene la luna, mi amor ha muerto, en una noche oscura, luchando entre los muros del desierto… Chahada, chahada, chahada, chahada.

Carlos Cano,
en su disco Forma de Ser (grabado en 1994)

lunes, 14 de junio de 2010

Entre él y ella



Entre él y ella. Ana.

Los árboles se tumban sobre la terraza y el toldo color butano hace señales descaradas a sus homónimos de enfrente. El asfalto se vuelve más negro, los cristales más sucios… [Locus amoenus del siglo 21] … Y a taquicardia rítmica Ana acompaña el fluir de sus pensamientos a chorros, no a gotas. Y no le importa tanto el porqué está allí como el cómo ha llegado. Pero ahí está, justo ahí. Desnuda frente a ella y de espaldas a él. Con su miembro pegado a su culo y aquella boca coloreada con rojo lamiendo sus labios como si fuera mermelada. Ana no sabía cómo pero estaba entre él y ella.

“Me gusta”, pien-sa-mien-tras-se-ha-ce-go-ta. Le gusta la torpeza exquisita con la que le besa el cuello y la forma en la que lo compensa patinando con firmeza por su piel con sus manos. Huele a L´Odissey de Issey Miyake. Ana lo aspira y aguanta la respiración como cuando se da un chute de inhalador por el asma. Él es aire que la reaviva. Ana fuego. “Me excita”, pien-sa-mien-tras-se-ha-ce-tra-go. Él arrastra su tanga y uno de sus dedos se introduce entre las nalgas de Ana. “Me fascina”, pien-sa-mien-tras-se-ha-ce-llu-via. Y sin argumentos la logra humedecer sólo con uno de sus dedos.

A un susurro de distancia, cara a cara, está ella. Ni su dulce tacto, ni su cabello castaño rozando sus hombros mientras le chupa los pezones logran humedecer a Ana. No la excita, no le gusta, no la desea y, sin embrago, ya es un charco.

Se deja hacer, ordenar y vuelve a no saber cómo está de cuclillas sobre su sexo, a un centímetro. Lo percibe duro y hecho de azúcar. “Quiero”, tintinea la voz de Ana, aún de espaldas a él, ahora recostado. La tercera en la concordia de la discordia se lo prohíbe. Gobierna las caderas de la muchacha con las manos, las retiene para que no logre acomodarlo dentro de ella. Y Ana le implora, le suplica con los ojos que la deje sentarse encima de él, y descansar… Y mirándola desde arriba, adorándola desde su mando, le ordena a Ana que la bese antes. “Bésame”. Con su pose penitente, a un eterno centímetro de la polla de él, Ana le besa los muslos, acaricia su vientre y le abraza el ombligo con su lengua. “Chúpame, niña”, le gime a media voz la mujer. Y Ana mete suavemente dos dedos en su sexo. Ella sus-pira, su-surra, sus-pense… y relaja sus manos atadas a la cadera pendular de su esclava lo suficiente como para que él entre. “Me muero”, confiesa Ana mientras siente su glande filtrarse poco a poco en su sexo . Y por morir con él adentro acerca su boca al coño aterciopelado de ella mientras sigue jugando con sus dedos entre sus labios. La chupa imaginando que es un trozo de turrón, que es de nieve, que es un charco de vino. Cierra los ojos pensando que él las mira, que mira su culo y la curvatura de su espalda entregada a otra mujer a la que come con infinito deseo mientras le abre las piernas y le hace sentarse sobre su cara. Por eso hacer surcos en ella con su lengua, con sus dedos… Sólo por eso, por morir.

La devora a centelladas, a ráfagas fugaces y la mujer olvida su mando dejando todo su peso en los hombros de Ana que, por fin, se sienta sobre él. Se llena, se exprime, se licua, se pierde, se muere. Y los movimientos convulsos de ella sobre Ana coinciden con los de Ana sobre él.

Ha dejado de llover. No sale el sol. Las nubes coquetean con éste [te quiero/no te quiero/te quiero/no te quiero]. El murmullo de la ciudad renace… Ana está tumbada en la cama. Él y ella, vestidos ya, la miran con una sonrisa. Ella se aproxima hasta Ana y le besa en los labios. Billetera, bolso, un libro, un periódico y el móvil. Ambos cogen sus cosas. Él le da la mano a ella como si fuera harina y la besa suavemente. Ella se lo devuelve con una sonrisa. Juntos abandonan aquella habitación.
Ana les mira.

Entre él y ella… entre él y ella sólo estaban ellos dos.