sábado, 1 de octubre de 2011

Radiación

Brutal. Si se tuviera que describir con la mayor objetividad y precisión posible, usando tan sólo una palabra, cómo fue aquel polvo sin duda el término elegido sería ese, brutal. Por lo rabioso, incombustible, por la fuerza, porque la devoraba con la boca, la abría de par en par las piernas para invadirla de pene, piel, besos y manos. Y brutal fue el orgasmo. Y brutal fue verle perecer sobre su tripa para recuperarse de ese último estertor. Los jadeos lentamente se fueron diluyendo y la respiración se fue armonizando casi como si fuera una letanía. Los dos amantes reposaban y rebosaban en paz… Un polvo brutal como un punto y final en una obra de Kundera. Sí, hasta que él pronunció: “Me escuece la polla, se me está poniendo trompeta”. Lo de trompeta ella no lo comprendió muy bien o quiso interpretarlo como una ceremoniosa metáfora, símbolo del triunfo o el alcance del nirvana, hasta que, jugando con ella vio que, efectivamente, el instrumento de su chico iba adquiriendo más que semejanzas con el musical. A curiosos y morbosos me remito: el prepucio empezaba a hincharse y adquirir una anchura como si le hubieran echado levadura. El glande era devorado así por esos labios que, a nuestra protagonista, se le antojaron más que parecidos a los labios de Tina Turner. 
Si para él todo esto, más allá del dolor o escozor al orinar y, por ende, de evitar los encuentros sexuales con la hembra, no le supuso mayor problema, para la muchacha fue destapar la Caja de Pandora. Curiosamente esa era la primera vez que había practicado sexo sin preservativo y se preguntó si la polla-trompeta sería culpa suya y si de su Caja de Pandora (es decir, de su vagina) habrían salido todos los males.
Y del polvo brutal, al drama grecorromano, pasó al sainete.
Empezó a pensar en los tíos con los que había estado, en si tendría que tener toallitas desinfectantes al lado de su cama cada vez que la tocaran por esterilizar los dedos penetradores, pensó en si tendría una infección fruto de los baños públicos (aunque su madre siempre la enseñó a no sentarse en ellos), en si tendría alguna verruguita dentro que picara los penes en plan beso letal… Y al final llegó a una conclusión: su vagina era radioactiva.
¿Habría dejado erosionada la lengua de sus amantes?
¿Cuánto tardarían en ser conscientes de las secuelas?
¿La señalarían con el dedo diciendo “por ahí va Pussy Corrosiva”?
¿Sería marginada?
¿Debería ella misma relegarse?

Ante la posibilidad de poder montar una catástrofe Chernobilesca hizo un listado mental de todas las cosas que jamás podría volver a hacer entre las que se encontraban el sexo oral. Sólo de imaginarse la ‘cara’ de su vulva, triste y marchita, y condenada a una vida entera de masturbación con guantes de látex, decidió ir al médico.

10 días después (pronto para ser la Seguridad Social)
418, puerta A. 
Le llegó su turno. Entra en la consulta y ve al supuesto ginecólogo con una camiseta de Pesadilla antes de Navidad y un careto de pardillo que evidenciaba que a le habían robado más de un bocata en el recreo cuando era pequeño. “Yo a este no le enseño la vagina”, pensó, “y mucho menos le cuento que tengo la vagina radioactiva”. Con toda la elocuencia que le caracterizaba trató de explicarle al médico el episodio trompeta y que quería saber si había alguna relación causal entre lo ocurrido y sus flujos. Y llegó el famoso momento de desvístase de cintura para abajo, quítese las bragas y siéntese ahí con las piernas abiertas. Ains, con lo que ella había sido que ahora se sintiera escandalizada…
- Mmmm, ajá… Mmmm… Tiene la vagina perfecta. Absolutamente perfecta.
- ¿Seguro? ¿Y entonces por qué mutó su pene?
- Señorita, con todos mis respetos, ustedes tuvieron que correrse el mayor polvo de su vida… Seguramente la embistió, la acorraló, la mordió el cuello mientras la penetraba sin compasión… Es lo que se define, no médicamente, como un polvo brutal.
- Puede ser, sí –dijo la paciente recordándolo y aún con las piernas abiertas y la cara del pardidoctor entre ellas– ¿Y está usted seguro, médicamente seguro, de que mi vagina no es corrosiva y que está perfectamente sana?

Y el médico se acercó de nuevo a examinar su vagina. Abrió ligeramente sus labios carmesí y, suave y lentamente, le dio un lengüetazo.

-          Sí, estoy completamente seguro.