Cuento extraído de Amantes, de Ana Juan |
Querido, aquí empiezan mis dos puntos:
Vuelvo a mis andadas nocturnas, esas con las que tanto disfruto
aunque, esta vez, sólo por escribirte. Siempre encontré en mis horas de
silencio nocturno un espacio en el que soy capaz de escucharme. Ahora, tal vez,
me falta esa habitación propia de la que el coñazo de Virginia Wolf
hablaba en su sobrevalorado ensayo, un lugar donde parar y convertirme en
verbo. En una habitación así, sin miradas ni interrupciones, creo que sería
capaz de serme más fiel, de discurrir sin vetarme. Aunque, ¡no nos engañemos!, cuando
la tenía no la emplee para escribir ninguna obra inmortal. Más bien la usaba
como bareto donde emborracharme a base de adrenalina y caos de tal forma que me
hiciera sentir que llevaba una vida más excitante, atractiva, plena. Siendo
francos, y tú y yo siempre lo somos, era una habitación de pajeo emocional.
Nunca escribí nada honesto, nada donde dijera exactamente qué pensaba con
absoluta libertad. Siempre pensé en quién estaría al otro lado para leerme, de
qué manera mis palabras podrían comprometerme y qué imagen proyectaba sólo para
cuidar de ella. Menuda basura. Me he releído tiempo después y, aunque hay
cierto encanto, también es literatura
teen a la que le sobra más
bien lo de literatura.
No obstante, rechazar mis orígenes es bastante cobarde así que asumámoslo...
escribir no te convierte en escritor.
Pero, amor, éste no es el prefacio de un manual de autoayuda,
no; es una carta para tus ojos. Pero me cuesta, no creas, me cuesta saber
exactamente dónde quiero llegar con ella. Me he debatido durante meses si optar
por el cara a cara o por la misiva para hablarte y hacerme pensar. Finalmente, me he decantado por esta
especie de escrito llegando a la conclusión de que en realidad es absolutamente
gilipollesco decírtelo en persona teniendo en cuenta que jamás nos veremos, que esto no es tan interesante salvo para el que cuenta el chiste y ante la
imposibilidad de contestar yo misma a estas preguntas: ¿cómo me gustaría verte reaccionar?,
¿qué me gustaría que me respondieras: “que tu también”, “que qué especial” o
que “estoy absolutamente trastornada”?
Ya no soy la de ayer, la que actuaba como una kamikaze
emocional. Entonces los porqués me daban igual y hubiera tenido su gracia, y
hasta su poética, saltar al vacío y estrellarme en el puto asfalto sólo por
gritar con toda mi alma lo que se me pasara por la cabeza y la piel. Ahora no.
Tarde. Por eso prefiero arrancar
este pensamiento que dejé ayer en el punto mismo en el que hablaba de la noche
en la que nos pasamos las horas mirándonos a la cara con adorable tontería.
Extraño. Internet ya no es nada excepcional ni yo soy una
adolescente que sucumba ante la novedad del medio y del elogio. Tampoco tú eres
novedad, ni nuestras frugales conversaciones cotidianas que tienen el mérito de
haber construido una bonita amistad basada en la brevedad intensa, la
certidumbre de quiénes éramos. Unos confidentes para la vida en minúscula sin
la obligación de fingir ser mejores de quienes realmente somos porque nunca
existió intención ni expectativa romántica. Cuatro años han pasado ya desde que
nos conocimos y jamás nos hemos visto en persona, ni nos hemos tocado la cara
al darnos los dos besos de cortesía. Creo que te he propuesto quedar cientos de
veces a tomar un café y otros tantos encontraste la excusa para evitar el
encuentro. Sí, digo ahora excusa. Nunca le di importancia pero en más de
una ocasión acaricié la idea de tu miedo. Ridículo, sin duda eso era ridículo:
ni yo sentía un impulso irrefrenable hacia ti y, desde luego y por el tono de
nuestras conversaciones, no me veía capaz de provocar en ti ningún sentimiento
que no fuera meramente amistoso. Éramos dos adultos con sus vidas satisfechas o
en camino de estarlo.
Pero llegamos a esa noche donde lo físico, aunque fuera en un
simbólico espacio de la red, cobró una nueva dimensión y fue entonces cuando he
comenzado a comprender y también a ti. He entendido que no tendría ningún
sentido vernos (porque conocer ya nos conocemos) y convertirnos en mejores amigos (sería algo tramposo) y, si nos
viéramos, seguramente tendríamos un encuentro físico y emocional precioso y
memorable que nos obligaría a dejar de hablarnos para no joder nuestras
respectivas vidas. Batiburrillo de palabras, ¡horror!
Y, dicho todo esto, puesto de antemano el contexto, déjame que te explique por qué he comenzado a odiarte. Déjame que te cuente qué idea se ha alojado en mi cabeza desde entonces y no he sido capaz de callar ni de echar a patadas. Te odio porque has sembrado en mí la incoherencia, la dicotomía entre lo que sé qué quiero y pienso y mi deseo. Durante estos años, pese a cualquier tropiezo sentimental o complicación de pareja, jamás mi mente ni mi cuerpo han deseado más hombre que al mío. Él, principio y fin de mi corazón y mi sexo. Curiosamente, junto a él, se me borró del sistema —reseteo total— las ganas de masturbarme, las ganas de imaginar, fantasear, sin su presencia. No sé, supongo que me sentía a salvo de cualquier tentación porque estaba segura de mí. Y volvemos a esa noche virtual donde sólo nos mirábamos y sonreíamos. Sí, me gustas, no tengo 15 años y no me supone un trance decirlo haya o no correspondencia. Me gustas y sé que no siento esto por ti motivado por un posible estado de aburrimiento existencial, ante la posibilidad de sentirme menos atractiva y vieja o porque dude de mis sentimientos hacia mi chico.
Y, dicho todo esto, puesto de antemano el contexto, déjame que te explique por qué he comenzado a odiarte. Déjame que te cuente qué idea se ha alojado en mi cabeza desde entonces y no he sido capaz de callar ni de echar a patadas. Te odio porque has sembrado en mí la incoherencia, la dicotomía entre lo que sé qué quiero y pienso y mi deseo. Durante estos años, pese a cualquier tropiezo sentimental o complicación de pareja, jamás mi mente ni mi cuerpo han deseado más hombre que al mío. Él, principio y fin de mi corazón y mi sexo. Curiosamente, junto a él, se me borró del sistema —reseteo total— las ganas de masturbarme, las ganas de imaginar, fantasear, sin su presencia. No sé, supongo que me sentía a salvo de cualquier tentación porque estaba segura de mí. Y volvemos a esa noche virtual donde sólo nos mirábamos y sonreíamos. Sí, me gustas, no tengo 15 años y no me supone un trance decirlo haya o no correspondencia. Me gustas y sé que no siento esto por ti motivado por un posible estado de aburrimiento existencial, ante la posibilidad de sentirme menos atractiva y vieja o porque dude de mis sentimientos hacia mi chico.
Asumido esto… Recapitulé cuántos encuentros sexuales desastrosos
había tenido en mi vida. Muchos. El buen sexo es bastante más excepcional de lo
que parece; al menos para mí. Y con este punto claro es evidente que uno no
arriesga por un polvo triste —o uno decente—su integridad ni se pone así mismo
en juego. Pero tú no eres eso. Te odio porque contigo, sin dudarlo, si el azar
nos hiciera coincidir en ese festival del que hablamos la semana pasada,
saliendo de mi cita del fisio —cerca de tu casa—, en una de las empresas del
sector donde ambos trabajamos... si yo saliera por Madrid y justo me
escribieras un mensaje y estuviera sola, y tú, y no hubiera tiempo para
reaccionar... (como verás, es difícil la coincidencia) sería infiel. Y sería
entonces cuando te follaría como lo he imaginado esas mil veces desde que nos
vimos virtualmente hace unos meses. Y
pensé que —y esto es lo que me mata de vergüenza— me gustaría ser un poco tuya
y tú un poco mío antes de que fuera mamá.
No, no estoy embarazada pero quiero ser mamá. Y siendo mamá perderé
mi frescura y ya no seré interesante para ti y, supongo, que tampoco tú para mí
de esa manera por mucho que el azar un día esté juguetón y provoque cualquier
de estas casualidades.
Ya está. Al escribir esto
ya lo hemos hecho.
Ya hemos tenido ese encuentro.
Amantes. de Ana Juan ::: Editorial Contempla |
Espero que volvamos a hablar en breve. Espero seguir siendo tu
extraña amiga cybernética el resto de nuestros años.
Sonará raro, mi moreno, pero te quiero.
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* Tras la lectura del libro, decidí yo misma desarrollar una de sus historias.