martes, 2 de diciembre de 2014

Buscando mi centro



Estoy en la fase de escribir sólo de cabeza porque no sé si he de hacerlo en papel, si es en éste o en aquel blog, si quiero que me lean o si me dolería que nadie lo hiciera… Al final uno no escribe. O escribe sólo de aquello que escucha y se convierte en mera cacatúa.
Entonces, ¿por qué hacerlo hoy? Perdí mi centro, eso que te hace estar bien plantado en un lugar, que te permite crecer, tener cierta tranquilidad —que es lo contrario al peso—. Me desestabilicé y enfermó el alma… No en plan neurótico al estilo de los personajes de Woody Allen, ¡no! Fue todo mucho más vulgar: empecé a tener nauseas, a vomitar y no fui a trabajar. Mañana tendré que ir. Debo ir… y tengo que hacerlo fuerte. Es por eso que pensé que la única forma de recuperar mi centro era hacer un listado de cosas por las que pueda sentirme un todoterreno. Me avergüenzo de ello; parece terapia de autoayuda, rollo new age. Me avergüenzo de mi debilidad, de mi sensibilidad, de mi exceso de idealismo, de haber fracasado.

Hace años, más joven y con menos recursos para superar este tipo de situaciones, escribí un post de superheroína llamado Olvidadiza. Qué naïf me resulta; pero me ha llamado la atención ver que mantengo la actitud de querer vencer, de resolver las cosas, de pelear, luchar, enfrentarme a los malos… Todo lo que no sea batallar lo he considerado siempre impropio, de cobardes… Pero tengo cuatro años más y estoy aprendiendo a hostia limpia que mi energía no es infinita y que esto no va de ganar sino de sobrevivir… Justo hoy me escribió un amigo —a uno que metería gustosa en la cama para debatir de estos asuntos— y me decía: Te voy a recordar que el mundo no va a cambiar… a lo mejor te acabo de joder, pero así te quito presión. Me ha jodido, sí, porque ahora tengo que volver a buscar un papel —en el que encajen las gafas— pero creo que debo abandonar, de verdad, la postura de salvadora del mundo. ¿Girará mañana sin mí?


No sabía si escribir o si colgarlo este escrito para ser leído… He pensado que eso no importa. He recordado que mi abuela Dolores decía siempre que su nieta —es decir, yo— tiene el coño doble, el mayor de los honores en mi familia. Ese es mi centro… y es por eso, por mi coño, que subo estas líneas a este blog. Sin poesía, sin pasiones y sin demasiada reflexión.

viernes, 15 de agosto de 2014

Tenía que ser así

Cuento extraído de Amantes, de Ana Juan



Querido, aquí empiezan mis dos puntos:
Vuelvo a mis andadas nocturnas, esas con las que tanto disfruto aunque, esta vez, sólo por escribirte. Siempre encontré en mis horas de silencio nocturno un espacio en el que soy capaz de escucharme. Ahora, tal vez, me falta esa habitación propia de la que el coñazo de Virginia Wolf hablaba en su sobrevalorado ensayo, un lugar donde parar y convertirme en verbo. En una habitación así, sin miradas ni interrupciones, creo que sería capaz de serme más fiel, de discurrir sin vetarme. Aunque, ¡no nos engañemos!, cuando la tenía no la emplee para escribir ninguna obra inmortal. Más bien la usaba como bareto donde emborracharme a base de adrenalina y caos de tal forma que me hiciera sentir que llevaba una vida más excitante, atractiva, plena. Siendo francos, y tú y yo siempre lo somos, era una habitación de pajeo emocional. Nunca escribí nada honesto, nada donde dijera exactamente qué pensaba con absoluta libertad. Siempre pensé en quién estaría al otro lado para leerme, de qué manera mis palabras podrían comprometerme y qué imagen proyectaba sólo para cuidar de ella. Menuda basura. Me he releído tiempo después y, aunque hay cierto encanto, también es literatura teen a la que le sobra más bien lo de literatura. No obstante, rechazar mis orígenes es bastante cobarde así que asumámoslo... escribir no te convierte en escritor.
Pero, amor, éste no es el prefacio de un manual de autoayuda, no; es una carta para tus ojos. Pero me cuesta, no creas, me cuesta saber exactamente dónde quiero llegar con ella. Me he debatido durante meses si optar por el cara a cara o por la misiva para hablarte y hacerme pensar. Finalmente, me he decantado por esta especie de escrito llegando a la conclusión de que en realidad es absolutamente gilipollesco decírtelo en persona teniendo en cuenta que jamás nos veremos, que esto  no es tan interesante salvo para el que cuenta el chiste y ante la imposibilidad de contestar yo misma a estas preguntas: ¿cómo me gustaría verte reaccionar?, ¿qué me gustaría que me respondieras: “que tu también”, “que qué especial” o que “estoy absolutamente trastornada”?

Ya no soy la de ayer, la que actuaba como una kamikaze emocional. Entonces los porqués me daban igual y hubiera tenido su gracia, y hasta su poética, saltar al vacío y estrellarme en el puto asfalto sólo por gritar con toda mi alma lo que se me pasara por la cabeza y la piel. Ahora no. Tarde. Por eso prefiero arrancar este pensamiento que dejé ayer en el punto mismo en el que hablaba de la noche en la que nos pasamos las horas mirándonos a la cara con adorable tontería.  
Extraño. Internet ya no es nada excepcional ni yo soy una adolescente que sucumba ante la novedad del medio y del elogio. Tampoco tú eres novedad, ni nuestras frugales conversaciones cotidianas que tienen el mérito de haber construido una bonita amistad basada en la brevedad intensa, la certidumbre de quiénes éramos. Unos confidentes para la vida en minúscula sin la obligación de fingir ser mejores de quienes realmente somos porque nunca existió intención ni expectativa romántica. Cuatro años han pasado ya desde que nos conocimos y jamás nos hemos visto en persona, ni nos hemos tocado la cara al darnos los dos besos de cortesía. Creo que te he propuesto quedar cientos de veces a tomar un café y otros tantos encontraste la excusa para evitar el encuentro. Sí, digo ahora excusa. Nunca le di importancia pero en más de una ocasión acaricié la idea de tu miedo. Ridículo, sin duda eso era ridículo: ni yo sentía un impulso irrefrenable hacia ti y, desde luego y por el tono de nuestras conversaciones, no me veía capaz de provocar en ti ningún sentimiento que no fuera meramente amistoso. Éramos dos adultos con sus vidas satisfechas o en camino de estarlo.
Pero llegamos a esa noche donde lo físico, aunque fuera en un simbólico espacio de la red, cobró una nueva dimensión y fue entonces cuando he comenzado a comprender y también a ti. He entendido que no tendría ningún sentido vernos (porque conocer ya nos conocemos) y convertirnos en mejores amigos (sería algo tramposo) y, si nos viéramos, seguramente tendríamos un encuentro físico y emocional precioso y memorable que nos obligaría a dejar de hablarnos para no joder nuestras respectivas vidas. Batiburrillo de palabras, ¡horror! 

Y, dicho todo esto, puesto de antemano el contexto, déjame que te explique por qué he comenzado a odiarte. Déjame que te cuente qué idea se ha alojado en mi cabeza desde entonces y no he sido capaz de callar ni de echar a patadas. Te odio porque has sembrado en mí la incoherencia, la dicotomía entre lo que sé qué quiero y pienso y mi deseo. Durante estos años, pese a cualquier tropiezo sentimental o complicación de pareja, jamás mi mente ni mi cuerpo han deseado más hombre que al mío. Él, principio y fin de mi corazón y mi sexo. Curiosamente, junto a él, se me borró del sistema —reseteo total— las ganas de masturbarme, las ganas de imaginar, fantasear, sin su presencia. No sé, supongo que me sentía a salvo de cualquier tentación porque estaba segura de mí. Y volvemos a esa noche virtual donde sólo nos mirábamos y sonreíamos. Sí, me gustas, no tengo 15 años y no me supone un trance decirlo haya o no correspondencia. Me gustas y sé que no siento esto por ti motivado por un posible estado de aburrimiento existencial, ante la posibilidad de sentirme menos atractiva y vieja o porque dude de mis sentimientos hacia mi chico.
Te odio porque de forma irracional me gustas y te quiero de forma honesta y sincera....
Asumido esto… Recapitulé cuántos encuentros sexuales desastrosos había tenido en mi vida. Muchos. El buen sexo es bastante más excepcional de lo que parece; al menos para mí. Y con este punto claro es evidente que uno no arriesga por un polvo triste —o uno decente—su integridad ni se pone así mismo en juego. Pero tú no eres eso. Te odio porque contigo, sin dudarlo, si el azar nos hiciera coincidir en ese festival del que hablamos la semana pasada, saliendo de mi cita del fisio —cerca de tu casa—, en una de las empresas del sector donde ambos trabajamos... si yo saliera por Madrid y justo me escribieras un mensaje y estuviera sola, y tú, y no hubiera tiempo para reaccionar... (como verás, es difícil la coincidencia) sería infiel. Y sería entonces cuando te follaría como lo he imaginado esas mil veces desde que nos vimos virtualmente hace unos meses.  Y pensé que —y esto es lo que me mata de vergüenza— me gustaría ser un poco tuya y tú un poco mío antes de que fuera mamá.
No, no estoy embarazada pero quiero ser mamá. Y siendo mamá perderé mi frescura y ya no seré interesante para ti y, supongo, que tampoco tú para mí de esa manera por mucho que el azar un día esté juguetón y provoque cualquier de estas casualidades.
Ya está.  Al escribir esto ya lo hemos hecho.
Ya hemos tenido ese encuentro.
Amantes. de Ana Juan ::: Editorial Contempla

Espero que volvamos a hablar en breve. Espero seguir siendo tu extraña amiga cybernética el resto de nuestros años. 

Sonará raro, mi moreno, pero te quiero.
::::::::::::
* Tras la lectura del libro, decidí yo misma desarrollar una de sus historias.

miércoles, 20 de junio de 2012

¿Tanto para esto?

¡Cómo pasa el tiempo, sí! He mirado la fecha de mi último post y no tenía la sensación de que hubiera pasado tanto. Los ritmos vitales, supongo. Aunque, lo creáis o no, he estado pensando mucho en esto que estoy escribiendo ahora mismo. No sabía si disculparme, si inventarme una historia a la altura de la realidad, si hacer mutis por el foro... 
Sí, lo había pensando y también el porqué de mi demora. En cualquier otro blog podría hablar de picos de trabajo, de la necesidad de dormir, de arrancar con otro tipo de género literario (infantil) y de otro montón de detalles prácticos que también son ciertos pero, si a alguien le interesa de verdad este aburrido post y sigue leyendo, seré realista y sincera, ¡qué coño!: llevo un año absolutamente satisfecha. 
Sí, lo he dicho; voy a ser sincera sin metáforas, sin versos, sin historias inventadas donde vive en propiedad una verdad. Sexualmente más que satisfecha de una forma noble, cierta, sin aliños morbosos... Sólo una absoluta conexión física inexplicable donde, por fin, encontraba a un hombre. Uno sin complejos, sin ansias de demostrar nada, uno a la altura de mi cuerpo, de mí. (Me cuesta no ser diplomática). ¡Vamos, que podía penetrarme como una persona normal! 
Y esto hizo que fuera bien el resto de aspectos de una relación de la que no quiero hablar, pero que me despojó de mi apellido (idem, que me cuesta decir "Lo mismo ya lo debería llamarme Abogada Soltera").
Asumir esta verdad me hizo pensar por qué empecé a escribir en este blog y encontré un nexo común en todas las historias; era como si, de alguna forma, supliera con literatura el desencanto o la insatisfacción sexual. Eso sí, lo que yo siempre he encontrado en mis aventuras ha sido cariño, ternura y respeto (así que no hablo desde el reproche). Por suerte, lo sigo teniendo.
Si también soy franca, este post parece un mail mal avenido. Resumen, ¡un coñazo! 




Prometo compensar.
Tengo fiebre y no me apetece nada ponerme intelectual.
El ventilador suena.
Me duele la cabeza y tengo mocos.
Existen algunos aforismos a los que no se les da bolilla: un buen polvo te quita todas las tonterías.
¡Ains, y lo que yo habré criticado el final de Eyes wide shut!
Feliz miércoles.



sábado, 1 de octubre de 2011

Radiación

Brutal. Si se tuviera que describir con la mayor objetividad y precisión posible, usando tan sólo una palabra, cómo fue aquel polvo sin duda el término elegido sería ese, brutal. Por lo rabioso, incombustible, por la fuerza, porque la devoraba con la boca, la abría de par en par las piernas para invadirla de pene, piel, besos y manos. Y brutal fue el orgasmo. Y brutal fue verle perecer sobre su tripa para recuperarse de ese último estertor. Los jadeos lentamente se fueron diluyendo y la respiración se fue armonizando casi como si fuera una letanía. Los dos amantes reposaban y rebosaban en paz… Un polvo brutal como un punto y final en una obra de Kundera. Sí, hasta que él pronunció: “Me escuece la polla, se me está poniendo trompeta”. Lo de trompeta ella no lo comprendió muy bien o quiso interpretarlo como una ceremoniosa metáfora, símbolo del triunfo o el alcance del nirvana, hasta que, jugando con ella vio que, efectivamente, el instrumento de su chico iba adquiriendo más que semejanzas con el musical. A curiosos y morbosos me remito: el prepucio empezaba a hincharse y adquirir una anchura como si le hubieran echado levadura. El glande era devorado así por esos labios que, a nuestra protagonista, se le antojaron más que parecidos a los labios de Tina Turner. 
Si para él todo esto, más allá del dolor o escozor al orinar y, por ende, de evitar los encuentros sexuales con la hembra, no le supuso mayor problema, para la muchacha fue destapar la Caja de Pandora. Curiosamente esa era la primera vez que había practicado sexo sin preservativo y se preguntó si la polla-trompeta sería culpa suya y si de su Caja de Pandora (es decir, de su vagina) habrían salido todos los males.
Y del polvo brutal, al drama grecorromano, pasó al sainete.
Empezó a pensar en los tíos con los que había estado, en si tendría que tener toallitas desinfectantes al lado de su cama cada vez que la tocaran por esterilizar los dedos penetradores, pensó en si tendría una infección fruto de los baños públicos (aunque su madre siempre la enseñó a no sentarse en ellos), en si tendría alguna verruguita dentro que picara los penes en plan beso letal… Y al final llegó a una conclusión: su vagina era radioactiva.
¿Habría dejado erosionada la lengua de sus amantes?
¿Cuánto tardarían en ser conscientes de las secuelas?
¿La señalarían con el dedo diciendo “por ahí va Pussy Corrosiva”?
¿Sería marginada?
¿Debería ella misma relegarse?

Ante la posibilidad de poder montar una catástrofe Chernobilesca hizo un listado mental de todas las cosas que jamás podría volver a hacer entre las que se encontraban el sexo oral. Sólo de imaginarse la ‘cara’ de su vulva, triste y marchita, y condenada a una vida entera de masturbación con guantes de látex, decidió ir al médico.

10 días después (pronto para ser la Seguridad Social)
418, puerta A. 
Le llegó su turno. Entra en la consulta y ve al supuesto ginecólogo con una camiseta de Pesadilla antes de Navidad y un careto de pardillo que evidenciaba que a le habían robado más de un bocata en el recreo cuando era pequeño. “Yo a este no le enseño la vagina”, pensó, “y mucho menos le cuento que tengo la vagina radioactiva”. Con toda la elocuencia que le caracterizaba trató de explicarle al médico el episodio trompeta y que quería saber si había alguna relación causal entre lo ocurrido y sus flujos. Y llegó el famoso momento de desvístase de cintura para abajo, quítese las bragas y siéntese ahí con las piernas abiertas. Ains, con lo que ella había sido que ahora se sintiera escandalizada…
- Mmmm, ajá… Mmmm… Tiene la vagina perfecta. Absolutamente perfecta.
- ¿Seguro? ¿Y entonces por qué mutó su pene?
- Señorita, con todos mis respetos, ustedes tuvieron que correrse el mayor polvo de su vida… Seguramente la embistió, la acorraló, la mordió el cuello mientras la penetraba sin compasión… Es lo que se define, no médicamente, como un polvo brutal.
- Puede ser, sí –dijo la paciente recordándolo y aún con las piernas abiertas y la cara del pardidoctor entre ellas– ¿Y está usted seguro, médicamente seguro, de que mi vagina no es corrosiva y que está perfectamente sana?

Y el médico se acercó de nuevo a examinar su vagina. Abrió ligeramente sus labios carmesí y, suave y lentamente, le dio un lengüetazo.

-          Sí, estoy completamente seguro.



viernes, 22 de julio de 2011

Canción infantil


Manuel se llamaba el padre, Manuela la mujer y tenían dos hijitas que se llamaban…

Manuela se levantaba todos los días más tarde de lo que admitía. Se despertaba a las 7:15 para poner el café, recién hecho, a su marido y la bolsa de la comida a su hija pequeña. Tupper y fruta, siempre en la misma bolsa de tela. Antes de que marido e hija salieran por la puerta se metía en la cama porque, como ella bien decía, “dónde coño voy yo tan temprano”. Alrededor de las 10, con la rutinaria llamada de teléfono de su hija mayor, finalmente se incorporaba. “¿Dormida? ¡Qué va, si abrí el ojo cuanto tu padre se fue a las 7!”. Desayunaba en su hermosa cocina marmolosa frente a la tele y deglutía las interesantes y novedosas noticias del corazón con la misma avidez con la que masticaba cada una de las galletas del paquete entero. Sí, evidentemente esta cantidad también era negada ante notario sin pestañear, con vehemencia. Esto lo hacía muy bien Manuela. Una vez tuvo una gran trifulca con la propietaria de la casa pareja a la suya. Si bien es cierto que la señora llegó, sin motivo aparente, aporreando la puerta, gritando y escupiendo al pajarito de doña Manuela, también lo es que ésta la llamó cabrona y guarra. Tal espontaneidad le costó una denuncia por insultos. El día del juicio, el juez, ante la mirada atenta y degollada de la propietaria que no paraba de gritar, le preguntó a la señora Manuela si había insultado a la loca que tenían frente a ellos llamándola, literalmente, cabrona y guarra: “Señor juez, esas palabras no forman parte de mi vocabulario”, dijo con elegancia y una solemnidad incuestionable. Sí, Manuela era vehemente.
Después de desayunar, lavarse la cara, peinarse y ponerse sus pendientes (pero no las bragas, porque cortan la circulación) comenzaba el carnaval de la limpieza: bayetas, amoniaco, productos específicos para cada rincón y superficie de la casa... Las escasas pelusas supervivientes del holocausto del día anterior aguardaban agazapadas bajo la cama, silenciosas y frágiles, sus últimas horas, minutos, segundos hasta el mortal ¡zap! tragaldabas del aspirador. La limpieza gobernaba su día a día, su mundo, su forma de mirar a los demás, de verse a sí misma más inmaculada y resplandeciente en un universo de mediocridad. Se sentía digna de su marido, de su casa; se sentía mejor madre y mejor mujer. Por eso, ese “guarra” dirigido a la iracunda de la vecina era el peor de los insultos, lo más vejatorio y desproporcionado que Manuela podía pronunciar contra un ser humano.
Y pasaban las horas y se contaba las cosas que pensaba en alto mientras lavaba la ropa con un mimo artesanal para tenderla al aire libre izándola como bandera de la que se sentía orgullosa. Atusaba las hojas de sus plantas con sus manos, tocándolas, sintiéndolas; y con la misma delicadeza motivadora de vida, limpiaba a su pajarito, Pedro. Un nombre bastante absurdo para un canario que cantaba para la mejor de las audiencias, Manuela. Ella, por su parte, le contaba todos los últimos cotilleos familiares: “Te lo podrás creer… Si no les aguantan pero sí, hijo, sí, irán este fin de semana a casa de estos sólo para ir a su piscina. Y mira lo que te voy a decir, Pedro, que yo para mojarme el culo no le hago el papeleo a nadie, que antes cojo un vaso de agua y me lo echo en el chocho”. Sí, así era Manuela: vehemente, limpia, noble, maternal y auténtica.
Más tarde se arreglaba, más que coqueta, para que la viera guapa Manuel al llegar a comer a casa. Manuela vivía en un continuo noviazgo por más calzoncillos zurrasposos que lavara. Y así le esperaba en la cocina, dispuesta a complacerle (aunque fuera irreverente y cortante con él porque, ciertamente, sólo masticaba mientras ella, ciertamente, sólo hablaba)…
Y así pasaban los días en su reino; más allá de él, el mundo era lo que oía por la radio, dogma de fe.
Y así pasaban entre su rutina, el teléfono, sus quehaceres, sus productos de limpieza, su brusquedad dialéctica y su conciliadora actitud física.
Una tarde, mientras asaba pimientos en su impoluto horno, escuchó en la radio cómo hablaban de masturbación y le asaltaron las dudas sobre la trascendencia y expansión de dicho fenómeno. Cierto incendio debió provocarle en la cabeza porque empezó a imaginar qué personas de su entorno podrían  hacer algo tan “de otra época”: ¿su hermana, su cuñado, su marido, su yerno? Es por eso que, por la noche, empezó a interrogar a su hija pequeña con inocencia, sin ningún tipo de morbo, por sus prácticas porque, según el señor Manuel, cuando uno se casa ya no se masturba. “Hija, ¿y tú sabes si tu hermana se masturba?”. La menor de la señora Manuela se quedó fascinada, una vez más, ante la falta de prudencia y tacto de su madre. “Pues mamá, esas cosas son privadas y forman parte de la intimidad de las personas. No puedes ir preguntando eso por ahí, así como así, porque, ¿con qué fin?”. Y Manuela abrió la nevera y sacó una tableta de chocolate en silencio, un silencio de armario viejo. Empezó a romperle el papel con descaro, con picardía traviesa y se sentó a comer la primera doble onza. El chocolate se disolvía de forma efervescente entre sus labios, su lengua… y lo tragaba suavemente con la misma naturalidad con la que se quitaba las bragas cuando estaba en casa. Y así, sin dogmatismo, ni drama, de forma clarividente y, por supuesto, vehemente, declaró: “Bueno, esto quiere decir que tu hermana se toca el toto”.

Manuel se llamaba el padre, Manuela la mujer… y tenía dos hijitas que se llamaban…


jueves, 23 de junio de 2011

Sin 'quizás'


He pasado la noche con él. He escrito versos de amor a aquel. He escuchado caer la lluvia, a ritmo de Grace, mientras me abrían con la lengua los muslos. Pero, querido, eso es sólo literatura y sexo.
Con ellos busco lo que no me das y a ti te anhelo aunque me des nada. Con ellos soy una, contigo soy todas. Todas. ¿Qué me falta para que me lo quites?
Sí, he quedado contigo. Sí me has dado un abrazo, me has retenido entre tus brazos mientras me olías el pelo, he sentido como te convertías en tres al calor de mi lumbre. Sí, le he llamado al despedirte. He corrido ansiosa por encontrar prosa, por pasar la noche con alguien que me quiera un poco menos pero que me quiera desnuda. Sí. Sólo me diste un abrazo. Sí, te quiero tanto que no puedo evitar besar otros labios cada vez que tú me haces daño.



viernes, 25 de marzo de 2011

9 Songs





El caldo me ha quedado morado –no sé por qué puse lombarda a un cocido-, la lavadora sigue girando en un ataque epiléptico, mi cuarto ya está limpio tras los restos de aquel naufragio, he tecleado durante horas para acabar eso que se supone que era tan importante y he decidido ponerme a pintar (pintar, dibujar, “crear”, que no pintarme el ojo). Mientras pongo música de fondo, lo más gafapasta que se me ha ocurrido después de haber estado de maruja pelando judías verdes y pasando el aspirador… Y suena mi lista de reproducción. Suena mi B.S.O


Canción 1: Fue hace tiempo, pero aún tengo un blues para ti. Tardes de siesta, apuntes en la mesilla junto a una caja de condones, cuerpos anudados tras haber hecho el amor (porque sólo hacíamos el amor), océanos de ti sobre mi cuerpo y mi boca, palabras bellas, al oído, tan presentes como tu sexo dentro de mí... Used to be so easy. Muy fácil. Todo era muy fácil hasta que decidiste que era mejor buscar mujeres que follarte para demostrarte que ya no eras un niño. Supe entonces que el amor no era mi amigo. Sonabas suave, sonabas dulce… So long, it was so long ago, But I've still got the blues for you.


Segunda pista de audio mientras he bocetado y borrado mil veces un montón de nada: Y si los blues rompen, el rock es para los chicos duros… Esta no es una canción para los que tienen el corazón roto. Me follabas hasta hacerme gritar, alto, muy alto, la mejor forma de demostrar a los demás que yo era tuya. Una canción con un toque sureño aún siendo del norte. It’s my life, it’ now or never. Por la cadera, por el pelo, dejándome sin aliento, sin nombre. Bajé la canción… My heart is like an open highway… Me bajé de tu coche, “nene”, esta es tu canción pero no la mía.


Arranca la tercera. Muevo el pie, ligeramente la cabeza:1, 2 3, y no hay un “responda otra vez”. Lo mismo es que lo puse en bucle eso de salir con este tipo de tíos, no sé. Lo mismo suena a rumba, que a canción de culto, que a canción de fiestas de pueblo... Y es que tengo un amor en la calle, amor que es de compraventa. Parecían historias divertidas, coloristas, originales, un golpe de efecto entre las piernas para rebajar tanta intensidad pero, tras la segunda estrofa, ¡ay, qué pereza! Si acaso tuviéramos que dejarlo sería como un barco sin timón. Menudos polvos bizarros, igual que la frase. Eso sí, Vivan las mujeres y viva el amor, ¡Ole!




Suena mi mvl, lo dejó sonar... Cuarta canción.
A veces encuentro una razón, a veces denigrante, pero me mueve el corazón. Rima fácil. A veces se cuelan en mi habitación, en mi vida, en mi piel… Porque sonabas más divertido que interesante, porque jugabas con mi ombligo… Te pegaste a mi pecho como si fuera un velcro. Un orgasmo, y ahí empezó el amor. Sí, tan sólo con mirarte…, tendría que reconocer que no tengo razón… ¡Bravo! La canción sonó perfecta durante toda tu actuación. Pero fue solo eso: me deslumbraron tus luces de neón. Lo indie, a estas alturas, me parece un cuento… Aún así, como politono está bien.


(Paparapapa paaaa) Colgó.


Qué típico. Qué irresistible. ¿Vamos por la quinta?
[Sube el volumen…] Sin velas, con alevosía, se escucha el crujir de mis medias, el aliento castañateando… Muevo la cadera por si te empalmo. Poco recomendable (tú) pero… cómo me miras, perfecto encuadre, luz, labios... Baby did a bad bad thing. ¿Esta es una historia en presente, pasado? Te acercas, sin que medien palabras: tú me deseas y yo deseo un futuro e incierto encuentro. ¿Y si olvidamos quién soy: el aroma infantil o el aspecto trajeado? You ever tried with all your heart and soul to get you lover back to. Me masturbo ante ti, solo para que me folles una vez más. Baby did a bad bad things. Qué típico, qué sexy, qué irresistible… En este tema lo único complicado es repetir en inglés el estribillo. La canción suena tan sólo una vez, no sea que vaya a aprendérmelo demasiado rápido.


Y en el silencio de la noche sorbo mi taza mientras me siento junto a la ventana para escuchar esta canción.
Firme candidata a convertirse en el tema central de mi BSO. Así soy, así éramos, así somos. Gigantes para algunos, bestias para muchos. Me da miedo la enormidad donde nadie oye mi voz. En un mundo descomunal me hiciste dejar de temblar. Me da miedo la inmensidad, me es más fácil jugar. Estamos cerca, tan cerca… que ahora dime lo cerca que ando de entrar (en ti). Demasiado, supongo. Creo en los fantasmas, terribles, de un extraño lugar. Enormes, frágiles… En estos casos, mejor pasar sin tropezar, al menos hoy. 
Curioso, una canción sin piel, pero la tocaron.


Pista 7:
El sol está empezando a desperezarse. Observo el dibujo, aún sin terminar.  ¡Vaya, pensaba que este color era azul!  Los tarros de pintura son engañosos, como los Príncipes Azules, que destiñen. Au Belleville swinging rendez-vous, J' veux pas finir ma vie a Singapouuuur, (Singapouuuur)… Tras los melodramas sentimentales, tras el sexo como droga dura, las historias originales o las frustradas por perfectas, a veces viene bien una nota distendida. Me gusta esta canción: divertida, fresca, amable para no rayarte… Me escuchabas, rondabas mi falda como quien limpia un florero pero sin cambiar el agua… Me decías “bonita” aunque no me lo hicieras sentir… Y me mirabas como quien mira una tarta detrás de la vitrina. Y me abrazabas por sentir mi cuerpo pegado al tuyo con la ropa por celosía. Y me llamabas por teléfono desde la cama por meterte conmigo en ella. Au Belleville swinging rendez-vous, J' veux pas finir ma vie a Singapouuuur, (Singapouuuur)…   Fácil, esquiva, pueril. Nuestra relación: una eterna “Y”. Suena bien esta canción pero yo el  ‘francés’, a secas, no lo entiendo.


Abro la ventana para que la mañana entre de golpe. Me lavo la cara y percibo los acordes de una canción imposible, perfecta.
Perfecta por imposible, por ser un bocado perfecto que se disipa lentamente, como el agua en los charcos. Wherever you go, Wherever you land, te diré lo que esto significa para mí. Primero, los acordes, tímidos pero de una dulzura y sutileza embriagadora. Te relajan, te hacen sentir cómoda, “en casa”, tú misma. No hay nada más seductor que alguien logre que el tiempo pase suavemente. Pero existe un “pero” But this is what love is for, To be out of place, Gorgeous and alone, Face to face. Sí, esto es el amor [escucha ese punteo, por favor, certero, inolvidable y cierto]… Esto es este amor imposible: precioso y solo. Sólo durará este instante. Me ofreces el aquí y ahora… Y afincado en mi memoria poética esperaré el próximo instante. With no larger problems. Ahora sé que no hay nada más importante que saber que alguien (tú) me está escuchando. Canción imposible. Suena perfecta. Tócala, tócame una vez más.


El sol ya es una mera anécdota en el día. Escucho a los primeros transeúntes en las calles, pequeño taconeo feliz al dejar la puerta del portal atrás. La música ha cesado. La cafetera hace “shushushu”, la escoba hace “rasrasras”, el vecino se despereza “buaaaas”. La cortina ondea cual símbolo de la república ventilada de mi casa. Mi dibujo, en la mesa. No es una obra de arte. Quedan atrás las pinturas, los tres sobres de te en una taza divorciada, goma de borrar por no borrar lo importante y una sonrisa medialuna. Mi dibujo, sí, no es una obra de arte. No, no lo es. Protagonistas cada uno en su mundo y a la vez extras del mundo de los demás. Tots entrecreuant-nos... Miles de vidas, de centros de gravedad. Millones de rastros,  infinits plans de futur. Cojo celo y ubico “el lienzo” sobre el póster enmarcado de Una noche en la ópera. La habitación parece distinta. Enciendo el ordenador y busco una canción: Protagonistes, de Pau Vallvé. Definitivamente, he encontrado mi canción.


La novena.