domingo, 11 de abril de 2010

La cata (parte I)

Algunos tienen ese inconfundible bouquet de los que crecen al pie de la codillera. Como el Malbec, Carmenère, Torrontés… Sabores con su propia idiosincrasia que merece la pena descubrir, probar. Otros alcanzan su plenitud con el tiempo, cuando eligen su destino. Otros apuntan maneras en algunas notas aún por desarrollar que con mimo darán grandes caldos capaces de sorprender al paladar más exigente. Otros, por extraños o exóticos, conquistan la memoria de aquéllos que no admitirán haberse rendido a uvas como la Bobal o la Petit Verdot. Dicen que el sexo es como el buen vino, que mejora con los años. Dicen… eso dicen.

Con unas cuantas copas de vinos más que correctos, algunos tragos de tintas sobresalientes y muy pocos caldos de malas cosechas —una afortunada, sin duda—, aún sabía que tenía la posibilidad de degustar un mundo de sensaciones. Le quedaban años, le sobraba inquietud y, aún más, ganas por experimentar. Una coleccionista de sensaciones en toda regla con olfato, con alma de aventurera, con la piel sensible al tacto, la pasión en compraventa y la ilusión en un eterno y continuo libre albedrío. Amante más de los “vinos” excéntricos por excitantes pero también catadora de tempranillo porque la cotidianeidad se había convertido para ella en algo tan extraño como la propia rareza. Por eso, cuando le llegó aquella invitación la propuesta le pareció tan excitante como natural.

El sobre llegó a su buzón. Un sobre de papel, con lacre y sello, con caligrafía manuscrita, con borrón de tinta, sin remite... Un alarde, en pleno siglo XXI, del más puro romanticismo épico. Desplegó el folio que había en su interior con cuidado pero sin sutilezas, como quien abre una carta rutinaria porque no conoce el importe de la factura pero sabe que hay que enfrentarse a ella cuanto antes. Empezó a leer. No pudo evitar sonreír. Sonreía de medio lado y el carmín rojo de sus labios dibujaba en su cara un gráfico tick —respuesta acertada a pregunta rebuscada— entre pícaro y curioso. Su boca, un trago pequeño que saborear con los ojos cerrados. Concluyó de leer. Lo había decidido. Sin prejuicios, con la necesidad de vivir la gran aventura de su vida, con la pasión con la que se degustan los vinos. Como la kamikace emocional que era iría de “cata gourmet” a Francia.

A 100 kilómetros al noroeste de París se alzaba imponente aquella abadía Benedictina reconocible por sus arcos del siglo XIII y algunos pilares del XII. Con la ventanilla de su coche bajada del todo, escuchando Fill me with your light, llegó a la puerta. Empezaba a estar nerviosa [sonido del zigzaguero de sus medias]. Fueron a recibirla, cogieron su equipaje de su mano taquicárdica y la llevaron a un ala del claustro de la abadía huemeante de sombras. Cerca, muy cerca, se abría un pequeño jardín con un misterioso laberinto donde aseguraba la gente del pueblo que, antiguamente, jugaban los hijos de algún Luis o algún Alfonso con apellido en número romano. Algunos invitados ya se encontraban allí. No había ninguna conversación tintineante en el ambiente, sólo miradas que evitaban ser reveladoras ni impertinentes pero eran reveladoras e impertinentes. No pudo evitar pensar en si llevaba la ropa interior apropiada, en si se había perfumado, en si era la única mujer invitada, en si, llegado el momento, sería capaz... Mientras cosechaba mil pensamientos y su piel se humedecía por la ansiedad se acercaron a ofrecerle un vino. Uno con aromas especiados y suaves notas de tabaco y chocolate. Un vino elegante y prolongado, con estructura balanceante y taninos maduros. “Ideal para acompañar con la carne”, pensó. Y un nuevo tick se dibujó no sólo en su cara.

5 comentarios:

PinKbutTerflY dijo...

Por Dios que texto tan intenso !!
Me a encantado y supo captar toda mi atención de una manera exagerada.
No puedo esperar para que continúe.

un abrazO.

Abogada Soltera dijo...

Ains, qué guay, muchas gracias!!! Hoy está siendo un día muy bueno... Creo que me voy a ir ya a tomarme dos vinos!
Gracias MIL

Dantonmaltes dijo...

Por pura levedad yo no entro en el fondo del asunto: no soy un fan del vino blanco (pero me bebo el agua de los floreros si hace falta) pero este año probé el Torrontés y tengo que decir que es otra cosa. No es el vino el blanco insípido al que nos hemos malacostumbrado. Y también me gusta el Malbec aunque son más de Cabernet.

Abogada Soltera dijo...

Te recomiendo un blanco: un Marina Alta de Bodegas Bocopa...
Ya me dirás!

Jorge Arbenz dijo...

Qué bien, leo un muy buen relato y me recomiendan un vino. Ahora, sólo falta que la señorita Escarlata se plantee seriamente lo de publicar de una vez.