Si para él todo esto, más allá del dolor o escozor al orinar
y, por ende, de evitar los encuentros sexuales con la hembra, no le supuso
mayor problema, para la muchacha fue destapar la Caja de Pandora. Curiosamente
esa era la primera vez que había practicado sexo sin preservativo y se preguntó
si la polla-trompeta sería culpa suya y si de su Caja de Pandora (es decir, de
su vagina) habrían salido todos los males.
Y del polvo brutal, al drama grecorromano, pasó al sainete.
Empezó a pensar en los tíos con los que había estado, en si
tendría que tener toallitas desinfectantes al lado de su cama cada vez que la
tocaran por esterilizar los dedos penetradores, pensó en si tendría una infección
fruto de los baños públicos (aunque su madre siempre la enseñó a no sentarse en
ellos), en si tendría alguna verruguita dentro que picara los penes en plan beso
letal… Y al final llegó a una conclusión: su vagina era radioactiva.
¿Habría dejado erosionada la lengua de sus amantes?
¿Cuánto tardarían en ser conscientes de las secuelas?
¿La señalarían con el dedo diciendo “por ahí va Pussy
Corrosiva”?
¿Sería marginada?
¿Debería ella misma relegarse?
Ante la posibilidad de poder montar una catástrofe Chernobilesca
hizo un listado mental de todas las cosas que jamás podría volver a hacer entre
las que se encontraban el sexo oral. Sólo de imaginarse la ‘cara’ de su vulva,
triste y marchita, y condenada a una vida entera de masturbación con guantes de
látex, decidió ir al médico.
10 días después (pronto para ser la Seguridad Social )
418, puerta A.
Le llegó su turno. Entra en la consulta y ve
al supuesto ginecólogo con una camiseta de Pesadilla antes de Navidad y un
careto de pardillo que evidenciaba que a le habían robado más de un bocata en
el recreo cuando era pequeño. “Yo a este no le enseño la vagina”, pensó, “y
mucho menos le cuento que tengo la vagina radioactiva”. Con toda la elocuencia
que le caracterizaba trató de explicarle al médico el episodio trompeta y que
quería saber si había alguna relación causal entre lo ocurrido y sus flujos. Y
llegó el famoso momento de desvístase de cintura para abajo, quítese las bragas
y siéntese ahí con las piernas abiertas. Ains, con lo que ella había sido que
ahora se sintiera escandalizada…
- Mmmm, ajá… Mmmm… Tiene la vagina perfecta. Absolutamente
perfecta.
- ¿Seguro? ¿Y entonces por qué mutó su pene?
- Señorita, con todos mis respetos, ustedes tuvieron que
correrse el mayor polvo de su vida… Seguramente la embistió, la acorraló, la
mordió el cuello mientras la penetraba sin compasión… Es lo que se define, no médicamente,
como un polvo brutal.
- Puede ser, sí –dijo la paciente recordándolo y aún con las
piernas abiertas y la cara del pardidoctor entre ellas– ¿Y está usted seguro, médicamente
seguro, de que mi vagina no es corrosiva y que está perfectamente sana?
Y el médico se acercó de nuevo a examinar su vagina. Abrió
ligeramente sus labios carmesí y, suave y lentamente, le dio un lengüetazo.
-
Sí, estoy completamente seguro.